La guerra que los hizo huir: la dura historia detrás de la infancia de Sabrina Ionescu
La de New York Liberty tiene una historia familiar tan dura como desconocida. La forzosa salida de Rumania, los 5 años en que sus padres estuvieron alejados y las complicaciones en el parto.
New York Liberty está 2-0 sobre Las Vegas Aces en los playoffs de la WNBA. ¿La gran responsable del resultado? Sabrina Ionescu, sin dudas, autora de 24 puntos, 9 rebotes y 5 asistencias en el segundo de los juegos. Una de las mejores jugadoras del mundo es conocida por sus soberbios triples y recordada por aquella competencia mano a mano que disputó ante Stephen Curry desde la zona de tres, en la semana de las estrellas. Pero lo que no todos conocen es que detrás del gran talento de la jugadora de 26 años hay una historia de guerra y distancia; de dolor y miedo.
Allá por 1989, Rumania sufría los resabios de una guerra a la que se llamó “Revolución” y que terminó con la caída del líder comunista Nicolae Ceausescu. El país estaba devastado y muchos decidían emigrar en pos de un futuro más próspero. Ese fue el caso de un tal Dan Ionescu, que tuvo como plan viajar a Estados Unidos, para conocer primero una nueva cultura y luego traer consigo a su familia. “Me iré y a los 6 meses vendrán ustedes dos”, les dijo a su esposa Liliana y su pequeño hijo Andrei. Consiguió algo de dinero y se trasladó a Estados Unidos.
No sabía que los seis meses se harían cinco años. Dan consiguió un trabajo como taxista y no pudo volver a Rumania para buscar a su familia. Instalado en el norte de California, donde Dan tenía parientes, debió intercambiar solo algunas cartas con su esposa e hijo, que lo extrañaban en Europa. Cinco años pasaron hasta que Liliana y Andrei pudieron acoplarse con él en Estados Unidos.
Y entonces la familia creció; pero no sin problemas. Liliana dio a luz a dos gemelos el 6 de diciembre de 1997, pero el gran tamaño de ambos hizo que la madre estuviera postrada durante seis semanas. Los chicos nacieron perfectamente y se llamaron Sabrina, la mujer, y Eddy, el varón. Durante su infancia, vagaron entre dos culturas y hablaron tanto inglés como rumano. En la casa de los Ionescu se hablaba la lengua natal de sus padres, pero en el colegio eran criados como estadounidenses. En realidad, lo eran.
Entonces los niños inquietos empezaron a jugar al básquet y no hicieron sino perfeccionar sus habilidades. Ella, sobre todo. Y era tal su pasión que un día pasó de California a Oregon, donde empezó a hacer historia: se convirtió en la sensación de la universidad y cada vez más aficionados empezaron a asistir a los partidos del equipo de básquet femenino. Porque allí brillaba una tal Sabrina Ionescu.
“Ella ve y anticipa cosas como nadie más. La compararía con Peyton Manning o Steph Curry o Steve Nash”, la elogiaría su entrenador Mark Campbell.
Los logros siguieron: se convirtió en el primer atleta, hombre o mujer, en anotar 2.000, 1.000 asistencias y 1.000 rebotes a nivel universitario. Luego llegó la WNBA. Los Juegos Olímpicos. Las medallas de oro, los Anillos, los triples a lo Stephen Curry. Todo lo que de ella se conoce. Pero antes, mucho tiempo atrás, hubo una época en la que sus padres no se podían ver. Y nadie podría haber imaginado que aún faltaba llegar al mundo su hija Sabrina.
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