La resurrección de Dimitrov, el “Baby Federer” que superó irregularidades y brilla en el US Open
El búlgaro, que a los 23 se perfilaba como el sucesor de Federer, dejó atrás etapas de irregularidad y se reencontró con su mejor nivel. Las marcas que reflejan su "renacimiento".
Más allá de los números y los títulos, el bulgaro Grigor Dimitrov puede jactarse de tener uno de los estilos más atractivos del circuito de tenis. Con un revés sublime y movimientos que siempre harán que los fanáticos se acuerden de Roger Federer, el 9º del mundo es de los pocos que aún custodian un tenis más estético que físico. Sin embargo, durante muchos años la belleza de sus golpes no pudo plasmarse en grandes títulos o resultados que lo erigieran como uno de los mejores. Hasta ahora. Grigor Dimitrov vive en este 2024 un año de resurrección y ya está entre los mejores 8 del US Open. Igualó marcas personales de una década atrás y en New York va por la historia con un cuadro que le “sonríe”. El “Baby Federer” que ya cumplió 33 años.
Dimitrov venció el domingo a Andrey Rublev (6º) por 6-3, 7-6, 1-6, 3-6 y 6-3 en los octavos de final del US Open, luego de tres horas y 39 minutos. El ruso estuvo cerca de una épica remontada, pero Dimitrov recuperó la precisión en la última media hora de partido y pudo sentenciar la victoria en el Arthur Ashe frente a 24.000 personas. Se metió en los cuartos de final de un Grand Slam por segunda vez en el año (lo hizo en Roland Garros), algo que había logrado por última vez en 2014… cuando el mundo lo llamaba “Baby Federer”. Y no solo eso, se ilusiona con más. Porque enfrentará al local Frances Tiafoe (20º), que pese a ser siempre peligroso representa una oportunidad más grande que la que podría haber tenido con quien “debería” haber sido su rival: Novak Djokovic. Dimitrov llegó a las 450 victorias en el tour y a las 300 sobre pista dura y es el primer jugador nacido en la década del 90 en alcanzar ambos registros. Un reflejo de su mejoría luego de años en los que parecía que su carrera solo iría en decrecimiento.
Nacido en Bulgaria en mayo de 1991, Grigor Dimitrov era uno de los chicos más talentosos a la hora empuñar una raqueta. Hijo de un entrenador de tenis y de una madre profesora de educación física, se hizo notar desde la etapa junior. En 2006 ganó el Orange Bowl, el prestigioso torneo de menores de 16 años, y al año siguiente fue nombrado Eddie Herr International Rising Star. Con ese currículum comenzó a dar sus primeros pasos como profesional en 2008 e hizo su gran irrupción en 2014, cuando el mundo del tenis se maravilló por primera vez con sus golpes. Había ganado su primer título en Estocolmo, en octubre de 2013, pero fue en Melbourne Park que su apellido empezó a hacer ruido, tras alcanzar por primera vez unos cuartos de final de un torneo grande.
En 2014, además, ganó otros tres títulos y llegó a las semifinales de Wimbledon. En Londres, eliminó al último campeón Andy Murray en sets corridos y luego perdió frente a Djokovic. Jugaba de igual a igual con los mejores, era joven y, sobre todo, tenía un estilo de juego sublime. Y cada vez comenzó a sonar con más fuerza el apodo que él no quería, el de “Baby Federer”. Era cierto que nadie más que ellos ejecutaba un revés tan poético o golpes con slice tan precisos. Pero, claro, los zapatos del suizo no eran fáciles de llenar. Tal fue esa presión, o un simple bache tenístico, el que hizo que en 2015 y 2016 bajara su nivel y retrocediera en el ranking. Hasta 2017, claro, cuando se dio su primera gran reaparición.
Después de dos temporadas sin sobresaltos, en las que muchos empezaron a cuestionar su potencial, en 2017 Dimitrov elevó su vara. Llegó a las semifinales del Australian Open (perdió en 5 sets con Rafael Nadal), ganó su primer Masters 1000 en Cincinnati y fue campeón del ATP Finals, el torneo que reúne a los 8 mejores del año. Además, alzó otros dos trofeos y llegó a ser el 3º del ranking mundial. La euforia volvió a rodearlo. Hasta dónde llegaría, empezaron a preguntarse muchos. El “Baby Federer” volvía a ilusionar a los fanáicos con alcanzar las expectativas de su apodo. Pero nada de eso ocurrió. Vendría una larga meseta y varias decepciones.
Después del ATP Finals de 2017, el mejor título de su carrera, curiosamente, Dimitrov no volvió a levantar un trofeo (hasta este año). Entre 2018 y 2023 sufrió una gran irregularidad, lesiones, y frustraciones. Tuvo actuaciones destacables, es cierto, como las semifinales del US Open 2019, en las que perdió con Federer en 5 sets, pero fueron aisladas. Superó los octavos de final de un Grand Slam solo dos veces en seis años y la belleza de su tenis parecía que quedaría como una mera anécdota. Como el “crack que no fue”. Pero, de repente, a los 32 años recuperó la frescura de aquel chico que se había ganado ser comparado con Federer y que se perfilaba como el futuro del deporte.
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Llegó a la final del Masters 1000 de París Bercy en octubre pasado (perdió con Djokovic) y algunos preguntaron si era una casualidad. Demostró que no. En enero de este año, el bulgaro volvió a ser campeón después de más de seis temporadas. Después, llegó a la final del Masters 1000 de Miami a raíz de victorias memorables. Eliminó en fila a Hubert Hurkacz (8º), Carlos Alcaraz (1º) y Alexander Zverev (4º) y perdió la final con Jannik Sinner. En abril, regresó al Top 10 después de seis años y más tarde alcanzó por primera vez los cuartos de final de Roland Garros. Grigor Dimitrov vive un renacer en este 2024 y su nivel despierta una mueca en quienes supieron ilusionarse con su revés a una mano una década atrás. En Flushing Meadows, ganó en sets corridos sus primeros tres partidos, eliminó al 6 del mundo en los octavos de final y quiere aprovechar las eliminaciones de Alcaraz y Djokovic. Ahora se verá las caras con un Tiafoe que tendrá al público neoyorquino de su lado. Pero el búlgaro pretende demostrar que hace tiempo que ya no es “Baby Federer”. Es Grigor Dimitrov. Y eso alcanza para hacer historia.
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